martes, 2 de septiembre de 2014

EL DETECTIVE CANTANTE, por Adrián Esbilla



YELLOW MELLOW

La mas concentrada y depurada destilación del talento de Dennis Potter, "summa" no solo de su obra sino también de su vida. Historia autobiográfica (el propio Potter padecía la psoriasis artrítica que lleva al protagonista al borde de la cordura y hay numerosos detalles sobre la infancia del autor o sobre el oficio de escribir) y profundización radical en los mecanismos de la ficción y el funcionamiento de la mente, a un tiempo fantasiosa y lúcida. Este "Watchmen" de la televisión (cómic con el que guarda multitud de paralelismos, siendo ambos auténticas inmersiones en sus lenguajes correspondientes, de los que exprimen todas sus posibilidades formales y narrativas) a la vez post-moderno (referencial y metalingüístico) y puramente original, se construye sobre cuatro planos de realidad/ficción distintos pero intercomunicados: un escritor hospitalizado y casi inmóvil (preso en su propia piel) acosado por bailongas alucinaciones y que reformula una novela propia en la que es un detective "crooner" que acepta "los trabajos que los que no cantan dejan pasar" envuelto en una tópica y opaca trama "pulp" de espías y crímenes sexuales que se mezcla con los recuerdos de su infancia durante la 2ªGM, funcionando estos como espejo y clave de la historia de misterio, siendo de este modo y a través de la ficción y el recuerdo entremezclados y confundidos, el detective de su propia vida en un mundo donde "todo son pistas y no hay soluciones". Por si fuera poco se añade una línea más, completamente paranoica, sobre su ex-mujer un abyecto amante y un guión; “El detective cantante". Los niveles funcionan como vasos comunicantes en una mecánica de piezas que empujan y mueven otras, en la que nada es gratuito (ni un nombre, ni una frase, ni un detalle) y donde los eventos de una línea encuentran su continuación o su contrario en otra dentro de una construcción formal diamantina. El resultado son seis horas apabullantes, perfectas, aunando sátira, drama psicoanalítico, comedia musical, literatura barata, sordidez o terrores infantiles (con influencias mil, de Pirandello a Terence Davies, de "Spirit" a Rodgers y Hammerstein) pero principalmente una inmersión total en la memoria, el recuerdo y por tanto en la narración y la creación, por momentos cristalina, por momentos completamente abstrusa, siempre genuina. Un uso obsesivo de la repetición (escenas, diálogos, imágenes, actores, canciones...) sobre la que se va añadiendo información y pequeñas variaciones (gran trabajo de Jon Amiel en la dirección, sabiendo adaptarse visualmente a los distintos tempos y necesidades pero a la vez dejando que se contaminen) y sostenida además por una personificación (doble) de Michael Gambon imposible de adjetivar y una utilización magistralmente dramática de la música (que se refiere encima a la obra anterior del autor). En definitiva una obra inagotable, a la vez divertida y perturbadora, compleja y accesible, no ya una obra maestra sino una genuina obra de arte.